Los nombres propios son muy usuales en los refranes. En unos casos porque permiten personalizar un hecho, en otros porque ayudan a la rima. La mayoría de las veces son nombres ficticios que no se corresponden con personas reales pero que al nombrarlas se nos ofrecen como espejos donde vernos identificados. Los nombres de Juan y, en menor medida, Pedro son los más utilizados en la literatura folklórica, de ahí que también lo sean en nuestro refranero. En el caso de Juan se identifica con dos prototipos contrarios y a veces complementarios; por un lado tenemos al tonto que todo lo hace mal y lo estropea y por otro al pícaro que con su ingenio y a lo "tonto" siempre consigue lo que se propone. Pedro está emparentado con este último Juan y su mejor encarnación la tenemos en el archiconocido Pedro de Urdemalas. Los siguientes refranes están espulgados del, ya mencionado, Gran diccionario de refranes de la lengua española de padre José Mº Sbarbi. Que nadie se dé por aludido.
De Juan a Pedro no va un dedo.
Juan de la Encina, quitar de abajo y poner encima.
Juan Palomo: yo me lo guiso y yo me lo como.
Se parece a Juan Cagao, todo vestido de colorao.
Señor don Juan, ¿en verano terciopelo, y en invierno tafetán?
Ser como Juan de Aracena, que no tiene ni palabra mala ni obra buena.
Si bien o mal baila mi Juan, otros lo dirán.
Si te casas con Juan Pérez, ¿qué más quieres?
Dos Juanes y un Pedro hacen un asno entero.
Bien se está San Pedro en Roma.
Casaron a Pedro con Marihuela; si ruin es él, ruin es ella.
Entrarse como Pedro por su casa.
Pedro de Urdemalas, o todo el monte o nada.
Pedro, por ti, poco medro. -Menos medrarás, si yo puedo.
Pícame, Pedro, que picarte quiero.
Por cierto, Pedro, nunca venís sino cuando meo, y halláisme siempre arremangada.
Por más que mi Pedro quiera guardarme, como yo no quiera, no será fácil.
(José Mª Sbarbi, Gran diccionario de refranes de la lengua española, Joaquín Gil, Buenos Aires, 1943)
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