Podría ser un árbol cuyas frutos, ya maduros, van desprendiéndose y amontonándose en su base. Pero no, prefiero imaginar que Máje Jaroslava encargó a Otakar Stáfl en 1927 un ex-libris que representara una cucaña cuyos premios no fuera otra cosa que libros, para que él se pudiera encaramar como en su infancia y desprendiera con regocijo sus trofeos más ansiados. ¡Quién pudiera participar en el juego!
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