domingo, 29 de septiembre de 2013

Charletas de café

En esta ocasión vamos a tener dentro de los clásicos a Santiago Ramón y Cajal (1852-1934). Su libro Charlas de café, cuya primera edición es de 1921, recoge por escrito los pensamientos, anécdotas, comentarios y divagaciones que le han ido surgiendo en esas tardes de tertulia y café. Sus anotaciones abarcan todos los temas, va de la ciencia a la historia, de la política a la filosofía, del arte a la literatura, de la mujer a la moral o las costumbres. Sobre todo se siente capacitado para opinar y sobre todo su mirada es todo menos amable. Hay opiniones que hoy vemos anacrónicas, como la idea de la mujer o de las clases sociales. Y no las podemos justificar invocando el tiempo que ha pasado ya que a principios del siglo XX tanto el feminismo como la justicia social tenían grandes y magníficos defensores. Posiblemente sea ese carácter frívolo, que él mismo proclama, lo que le aventura a despreciar a los rústicos o ridiculizar a quien ve en la mujer algo más que una esposa. En muchas ocasiones tenemos la sensación de encontrarnos ante un ser superior que dictamina sobre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, lo bello o lo deforme. Echamos en falta un tono menos mordaz y más divertido. Aun así su lectura siempre es amena y la disculpa surge pronta cuando acierta con exactitud en sus anotaciones. Aquí tienen una muestra.

-Para mí -decíame un amigo- sólo merece el elogio de gran escritor quien escribe admirablemente sin decir absolutamente nada.

M.- ¿Qué tal ha estado Fulano en su conferencia?
N.- Aburrido: no sabe tanto que logre enseñar, ni tan poco que haga reír.

-Tengo una idea -decía un escritor demasiado reminiscente.
-¿De quién? -le atajó un amigo.

El anillo de Giges.- ¿Quieres ser invisible para los hombres? Sé pobre. -¿Quieres serlo para las mujeres? Sé viejo.

El ideal del español de buena parte de la clase media es jubilarse tras breves años de trabajo, y, si es posible, antes de trabajar.

Los excesivamente preocupados del alma acaban por no creer en el cuerpo... ¡ni en la higiene!

¿Para qué luchan los hombres? Para adquirir, en caso de triunfo, un pedazo de tierra donde ser prematuramente enterrados, lejos de los suyos.

Quien todo lo manosea, todo lo mancha.

Hay críticos polillas que corroen los libros sin leerlos.

El silencio de los envidiosos es el mejor elogio a que puede aspirar un autor.

Ocurre con los adjetivos lo que con los billetes de Banco: se deprecian de día en día.

Como la vela, al arder, el entendimiento humano alumbra, quemándose, consumiéndose y derramando lágrimas.

Si eres devoto, frecuenta las iglesias, y si descreído, también. No conozco asilo más seguro contra los latosos y los sablistas.


(Santiago Ramón y Cajal, Charlas de café, Madrid, Espasa-Calpe, 9ª edic. 1966)

viernes, 27 de septiembre de 2013

Maravilloso Banville

En 2006 John Banville, bajo el seudónimo de Benjamin Black, dice de uno de los personajes de El secreto de Christine: "Nunca había estado con una mujer tan mayor como ella. Había algo excitantemente vergonzoso en ello; había sido como acostarse con la madre de su mejor amigo, en caso de haber tenido él alguna vez un amigo de verdad." Pues bien, seis años más tarde el tema de su última novela, Antigua luz, es precisamente la historia del amor, o como quiera llamarse, entre un adolescente y la madre de su mejor amigo. Alexander Clave recuerda mientras prepara el rodaje de su primera película, él sólo ha interpretado teatro, el primer amor, decenas de años antes, con la señora Gray. Los recuerdos, como casi siempre, son a veces vagos y a veces demasiado perfectos. El tiempo y las estaciones se les trastoca, así recuerda vientos, humedades, lluvias, bochornos o la caída de las hojas con una precisión que reconoce como falsa pero que está unida o soldada necesariamente a su historia. La evocación de aquellos pocos días de amor y su intensidad se nos presenta con todo detalle y adolescente dramatismo. Si no fuera por pequeños detalles atmosféricos no pondríamos en duda sus aventuras, en todo caso asumiríamos el efecto del tiempo como factor que da sentido y unidad al pasado. Pero a veces llega a saberse la verdad y entonces una parte de nosotros se siente engañada y confundida, no por lo que nos revela sino por lo que nos quita. Paralelamente a la evocación de la iniciación al amor asistimos al rodaje de la película y su relación con la actriz principal, a la vida con su mujer y las consecuencias de la muerte de su hija diez años antes. En ninguno de estos relatos nos defrauda Banville, al contrario, seguimos unos y otros con el mismo interés y la misma pasión. La novela va creciendo poco a poco, acercándonos a un final sorprendente y entrañable. Un colofón que hace años no he sentido en una novela. Digamos que no es recomendable sino necesaria su lectura, uno no debe perderse una de las novelas más notables del presente siglo.


(John Banville, Antigua luz, Madrid, Alfaguara, 2012)

Malas Notas 47

Aquello que me importa: la paternidad, las palabras y la muerte; a veces, el amor; nunca, la envidia, la ambición o la gloria.

Durante el cortejo: halago y atención; para la conquista: halago y atrevimiento.

Paradoja: ¿Por qué lo que hemos logrado admitir y, hasta cierto punto, aprobar en  nuestros comportamientos, lo consideramos reprobable cuando lo reconocemos en nuestros hijos?

La avaricia ha pasado de ser un pecado a convertirse en una enfermedad cuyas dolencias no afectan al enfermo sino a los infelices subalternos.

La psicología es la ciencia de lo obvio, del sentido común; por lo tanto, una ciencia de andar por casa.


R con volumen

Esta R del siglo XIX tiene pretensiones tridimensionales. Para adquirir consistencia el grabador prolonga el contorno con rayas paralelas que le dan profundidad. En cuanto a la letra, como si fuera una plancha metálica, se adelgaza o ensancha mientras curva su figura. Las distintas piezas que la forman se engarzan entorno a pequeños cilindros que producen el retraimiento en los extremos plegándose sobre si mismo. Todo nos recuerda la maquinaria o las construcciones de la época, o quizás las relucientes ballestas de los carruajes de las clases altas.



sábado, 21 de septiembre de 2013

La levedad como estilo

En 1909 Alfred Cossmann (1870-1951) grabador y artista plástico austriaco diseñó nuestro ex-libris para un tal Edm Thilo. A los quince años, aconsejado por un familiar tallador de madera, ingresó en la Escuela de Artes Aplicadas de Viena donde permaneció durante catorce años. Además de estudiar cerámica, pintura con esmalte o soplado del vidrio, se interesó por el grabado, convirtiéndose en un maestro con la placa de cobre. Reconocido en su país, Austria, creó una escuela de importantes artistas que siguieron su técnica y estilo. También fue uno de los fundadores de la Sociedad de Ex-libris de Austria. En este caso podemos ver la originalidad del diseño. Una mujer semi desnuda se sienta, con las piernas cruzadas, sobre una cinta que traza una circunferencia a su alrededor. En uno de sus extremos la agarra con su mano derecha, sujetando a su vez dos flores. Uno de los extremos de la cinta se curva y pliega en la parte superior para indicarnos que es un ex-libris mientras que el otro extremo se precipita en vertical hacia abajo tapando, ligeramente, el brazo extendido. La disposición de las piernas produce una sensación de equilibrio. A pesar de la consistencia del cuerpo de la mujer, el artista nos convence de la naturalidad y realidad de la imagen: mientras la cinta gana en firmeza, la mujer adquiere la levedad precisa.


viernes, 20 de septiembre de 2013

Danza alemana de Schubert

Con sólo dieciséis años Franz Schubert (1797-1828) compuso para cuarteto de cuerda Cinco danzas alemanas D 89. Poco antes había dejado el colegio del Coro Imperial de Viena, debido a la muerte de su madre, y había seguido estudios de composición con Salieri. Un año después dejaría también estos estudios para ejercer de maestro en la escuela de su padre. Afortunadamente la enseñanza no le cautivó y decidió ganarse la vida con la música. Admirador de Beethoven asistió a su entierro y, se cuenta, en una cervecería brindó por el maestro y por el próximo de los asistentes que le siguiera a la tumba. Tuvo la desgracia de que el brindis recayera en él mismo muriendo un año más tarde con sólo treinta y un años. La belleza que alcanzó su música ya estaba presente en la composición que vamos a escuchar, la primera de estas danzas. En cinco momento se divide la pieza; se inicia con la danza propiamente dicha y ésta se va a repetir en el centro y al final de la obra; la alegría y la fiesta están presentes e invitan al baile, nos encontramos en una verbena bulliciosa donde las voces se alzan saludando y felicitando a los concurrentes. De pronto, entramos en el segundo y cuarto momento, parece que la orquesta hace un descanso y todo se vuelve íntimo, evocador; las palabras, suaves, mueven a la confidencia, los demás desaparecen y la pareja se promete el amor y la felicidad.



domingo, 15 de septiembre de 2013

Refranes sefardíes desde Salónica

En 1492 los Reyes Católicos promulgaron el Edicto de Expulsión de los judíos de los territorios españoles. Cientos de miles de españoles tuvieron que escoger entre cambiar de religión, sinceramente o no, o abandonar sus casas, sus posesiones, su mundo y aventurarse a un incierto destierro. La mayoría acabaron en los territorios que pertenecían al imperio otomano. Allí rehicieron su vida pero no olvidaron su idioma. Estos españoles, que se hicieron llamar sefardíes, mantuvieron durante siglos, junto a las llaves de sus casas, las palabras de nuestra lengua. Es asombroso que rodeados de otras hablas conservaran el castellano para comunicarse entre ellos, y que lo hicieran a pesar de los continuos cambios a los que se vieron sometidos. Los avatares de la historia le llevaron a Grecia, Francia, los Balcanes, Marruecos, Rusia, América Latina o Estados Unidos. En ninguno de estos destinos desapareció el ladino, idioma en el que, sobre la base del castellano, se fueron incorporando palabras, expresiones o giros de las lenguas en las que se desenvolvía a diario. Los refranes, como los romances o las canciones de boda, que ya conocían de la España anterior a la expulsión siguieron usándolos en sus conversaciones, manteniendo el sabor arcaico de lo que permanece prácticamente inalterable. Enrique Saporta y Beja, judío sefardí de Salónica, recogió los refranes que recordaba de su familia y los amplió rebuscando en la memoria de los viejos sefardíes de su ciudad. El fruto de su empeño son más de dos mil quinientos refranes que nos ofrece en Refranes de los judíos sefardíes. De ellos está entresacada este pequeña muestra.

Si no yora la criatura, no le dan mamadera.

Yerro de merco (médico), la tierra lo covija.

Mi vizino tenga bien, y yo también.

El viniatero etcha agua y quita dinero.

¿A la viejés, vruela?

Esta vida es un bonete, quien lo quita y quien lo mete.

Más vale cayer en gracia que ser gracioso.

Más tura un tiesto roto que uno sano.

A ti te lo digo, mi hija; tú entiéndela, mi nuera.

Quien tiene tejado de vidro, no etche piedras ande el vezino.

Más vale tadre que nunca.

El suegro y el yerno como el sol de envierno: Sale tadre y se va presto.

La suegra y el yerno como sol de envierno: Más me ayego y más me hielo.


(Enrique Saporta y Beja,  Refranes de los judíos sefardíes, Barcelona, Ameller Ediciones, 1978)

Pecios

Es consideración general que Rafael Sánchez Ferlosio escribe uno de los mejores, sino el mejor, castellano de nuestros días. La exactitud y precisión en el léxico así como un poderoso dominio de la sintaxis unido al rigor del pensamiento y una erudición que nos desconcierta hacen de nuestro escritor un clásico indiscutible. Esas extensas frases llenas de oraciones coordinadas y subordinadas, que nos explican, aclaran, desarrollan y demuestran la idea que presenta, cuando llegamos a su fin, una satisfacción nos embarga y, mientras tomamos un respiro, nos preguntamos cómo es posible tanta corrección usando las misma lengua que nosotros. Pero no es de este estilo del que ahora nos vamos a ocupar, sino de otro totalmente opuesto, donde la concisión, la precisión y la sobriedad se presenta como forma de comunicación directa e inmediata. Más o menos breves, los pecios de Sánchez Ferlosio se pueden emparentar con toda la literatura que, bajo el término genérico de aforismos, venimos atendiendo en estas entradas. Como su nombre indica los pecios son entendidos por el propio autor como restos de naufragios que se recogen y guardan como reliquias o recuerdos. En ellos afloran pensamientos a los que no se quiere o no se tiene tiempo de desarrollar con más extensión. Este carácter, aparentemente menor, no debe parecernos descuidado, todo lo contrario, la exactitud y el acierto son sus grandes logros. Pequeñas píldoras que nos alivian porque nos enseñan, nos fortalecen porque nos ilustran y nos curan porque nos revelan lo que sin saber deseábamos. Esta selección está extraída de su libro Vendrán más años malos y nos harán más ciegos.

Lo más sospechoso de las soluciones es que se las encuentra siempre que se quiere.

Sin embargo..., ¡oh , sin embargo!, parecen adivinarse aquí y allá dispersas, débiles, inciertas huellas de que ha habido, de que ha podido haber, o por lo menos ha querido haber, alguna vez, un mundo.

"Casi" y "Algo", nombres de dos cadáveres que yacen en el fondo del barranco.

"Es por el beso, no por las monedas." Así dice en el árbol del ahorcado.

El que quiera mandar guarde al menos un último respeto hacia el que ha de obedecerle: absténgase de darle explicaciones.

El niño que osó decir "El emperador está desnudo", ¡ay!, acaso también estaba pagado por el propio emperador.

¡Ay, las fechas están agazapadas en el calendario, igual que gatos junto a la ratonera, para matar los días en el instante mismo de salir!

(La Ilíada.) ¡Qué antiguas eran ya las armas, qué viejos eran los hombres, qué decrépito el mundo, qué anciana la palabra, ya en tu guerra, oh rey Agamenón!

(El Bautista.) La cabeza cortada tenía el oído contra la bandeja, como auscultando en el temblor del oro el tenebroso porvenir.

(Al Creador.) Señor. ¡tan uniforme, tan impasible, tan lisa, tan blanca, tan vacía, tan silenciosa, como era la nada, y tuvo que ocurrírsete organizar este tinglado horrendo, estrepitoso, incomprensible y lleno de dolor!


(Rafael Sánchez Ferlosio, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, Barcelona, Destino, 1993)

domingo, 1 de septiembre de 2013

El alma rusa

Recomendar un clásico no tiene ningún merito. El que lo aconseja juega con la ventaja de que nadie se atreverá a criticarlo, pues aunque al final no le gustara el libro, pesa mucho la piedra que lleve inscrita la palabra clásico. Sin embargo son tantos los clásicos que nunca acabaremos con todos y siempre podremos necesitar una recomendación para decidirnos por unos u otros. Hoy le va a tocar el turno a Los hermanos Karamázov de Fiódor Dostoievski. El argumento, como en todos los clásicos, puede parecer baladí o poco original. En nuestro caso tres hermanos, de dos madres distintas y ya desaparecidas, se enfrentan a un padre que nunca se ha preocupado por ellos. Aunque hayan seguido caminos distintos, y cuando ya todos han sobrepasado los veinte años, se juntan en la ciudad donde reside su padre. Los enfrentamientos se suceden, el dinero, el amor de una mujer o el desprecio y la humillación marcan sus relaciones. Las amenazas ya son públicas y en cierto momento el padre es asesinado y robado. Todo indica que uno de sus hijos ha sido el ejecutor, las pruebas parecen concluyentes pero los otros hermanos creen en su inocencia. Este argumento que se podría completar con la exposición del juicio y la sentencia no es sino una justificación para que Dostoievski despliegue su maestría. De cada personaje nos vamos enterando poco a poco de su naturaleza, de la historia que le ha determinado, del carácter, de sus preocupaciones y proyectos; abriéndose sin ningún pudor, sin ninguna ocultación. El padre, depravado y lascivo; Dmitri, impulsivo y apasionado; Iván, intelectual y descreído; Aliosha, sincero y bondadoso. En este drama nos acercamos a comprender el alma rusa y, por extensión, la de todos nosotros: las pasiones, la religión, el ateísmo, el destino, la moral, la ambición, el misticismo, la mentira, el engaño, la cobardía, la crueldad o la vehemencia. Dostoievski como le suele pasar a los grandes genios tiene tantas cosa que decirnos, el tal la inmensidad de su misión, que puede parecernos que se despreocupa en la escritura. Quisiéramos que se detuviera más en algún suceso, que explicara mejor determinados comportamientos o que no se extendiera en ideas o filosofías que pueden no interesarnos. Pero ahí radica su magisterio nos arrastra a su mundo y queremos participar en él porque ha logrado que nos olvidemos de nuestras miserias para intervenir en las de sus personajes. ¿Se puede pedir algo más de un libro?