Cuando era joven y salía, iba siempre con la seguridad de enamorarse. Años más tarde, ida ya la juventud, cuando salía llevaba prendido el miedo a enamorarse.
Mientras somos jóvenes todo nos puede parecer ridículo, convencional y predecible. Después, lo ridículo se torna dramático; lo convencional, conveniente; y lo predecible, obligado.
En literatura, como en todo, las influencias no son malas; lo imperdonable son las suplantaciones.
Sabemos que las palabras nunca dirán lo que pensamos; pero nos conforta que muchas veces digan lo que hubiéramos querido pensar.
Mi relación con las palabras puede llegar a ser hasta física. Hay palabras que me desagradan y cuando las uso siento un profundo malestar; otras, que surgen oportunas y casi necesarias, me producen sosiego; y, al fin, aquellas que aparecen inesperadas pero certeras me provocan una reacción cercana al placer.
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