En el siglo XVI Barthel Beham, grabador alemán, recibiría el encargo de un tal Jerónimo Baumgartnersso para la confección de un emblema que presidiera las portadillas de sus libros. No sabemos si entre las indicaciones entraba la preocupación por el tiempo y la fugacidad de la vida. Sea como fuera el artista dejó constancia de ello tanto en los motivos como en los textos. Ya en latín, como en griego y en hebreo nos habla de lo breve e irreparable del tiempo. Un reloj de arena, otro solar, una calavera y algo que no identificamos aparecen en las cuatro esquinas del grabado. Como motivo central un yelmo rodeado de curvilíneas hojas; sobre él un ave, las misma que forma parte del escudo sobre el que se apoya el casco. El ave nos la imaginamos parlera, repitiendo sempiternamente sus malos augurios. Y a Jerónimo cerrando los ojos para descansar de la lectura y reflexionar sobre la intrascendencia de la vida. Casi quinientos años más tarde sólo nos queda disfrutar de la obra de este discípulo del gran Durero.
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