domingo, 10 de febrero de 2013

También Casanova nos enseña

Jaime Rosal se ha leído las memorias de Giacomo Casanova (1725-1798) y ha entresacado, de entre los cientos de páginas, aquellas frases que pudieran interpretarse como pensamientos y recomendaciones a sus lectores. Junto a pasajes de anécdotas de su envidiada vida surgen máximas dispuestas a instruirnos, sobre todo en los secretos del amor. Pero como ya hemos comentado en más de una ocasión el mundo del aforismo, los pensamientos o las máximas requiere una conciencia que no aparece en obras más discursivas. Se hace difícil creer en estos textos porque casi siempre se les intuye un antes y un después del que se nos priva. Aun así hay algunos con los que se disfruta de ese genio tan divertido y de ese espíritu tan poco dado a los convencionalismos. A la pequeña selección de máximas sigue una breve anécdota que nos hace disfrutar de una visión del mundo tan alejada de nuestra triste realidad.


La muerte es un monstruo que expulsa del gran teatro a un espectador atento antes de que haya acabado una obra que le interesa infinitamente.

La mejor tropa no es más que un mal rebaño.

El fuego del deseo es como el de la paja: se acaba en cuanto arde.

El amor es un ser enemigo de la vergüenza, a pesar de que busque la oscuridad y el misterio.

Puesto que ninguno de los dos amaba al otro, se perjudicaban con una absurda cortesía.

La manera de tener siempre razón es no escatimando el dinero.

En ocasiones el sentimiento de los celos puede estar justificado porque quien ama se imagina que el objeto de su amor ha de inflamar a todos los demás hombres.

Nadie es más influenciable que un hombre enfermo.

Dios nos libre del remordimiento y del arrepentimiento cuya fuente se halla en los prejuicios.

Cualquier separación es desesperante, pero la última siempre nos parece la peor.

Un inglés siempre es demasiado orgulloso como para reconocer que ha sido engañado.

¿Para qué sirven los deseos cuando se han perdido los medios para satisfacerlos?

Ya no espero momentos felices, pero tan sólo la muerte podrá arrebatarme su dulce recuerdo.

El señor Richelieu me preguntó cual de las dos actrices me gustaba más por su belleza.
-Aquella, caballero.
-Pero tiene las piernas feas.
-No se ven caballero y, además, para examinar la belleza de una mujer lo primero que aparto son las piernas.


(Jaime Rosal, Giacomo Casanova. Máximas y anécdotas, Comanegra, Barcelona, 2010)

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