Hay libros de los que no podemos contar su argumento porque el libro es el argumento. Esto nos ocurre con Tres noches de Austin Wright. Susan recibe el manuscrito de una novela escrita por su ex-marido, Edward, donde le pide una crítica literaria. Felizmente casada con un médico prestigioso y con una familia ya formada, Susan aplaza la lectura hasta mejores tiempos. Una carta de su ex, donde le avisa de su próxima visita, y la ausencia del esposo al asistir a una convención, permite a Susan disponer de tres días (tres noches) para la lectura de la novela. A partir de aquí nos adentramos junto a la protagonista en unas horas de placer leyendo los avatares de otra familia. Esta nueva novela nos llega por capítulos y entre uno y otro vamos descubriendo la vida de los verdaderos protagonistas. Si todo buen libro nos plantea interrogantes y cuestiona nuestra vida, con más razón cuando su creador ha formado parte de nosotros. Mientras Susan lee rememora su pasado y analiza su presente. Ni todo era tan desastroso como parecía ni nada es tan feliz como se presenta. El libro de Wright nos hace reflexionar sobre el papel del lector en toda obra. Los amantes de la lectura reconocemos nuestras implicaciones durante la lectura, nos vemos reflejados, reconocemos situaciones, adelantamos sucesos y reacciones, en una palabra, vivimos en la lectura. Igual de interesante es la distinción entre lector y crítico, no necesitamos emitir un informe para disfrutar y sobrecogernos con un libro, podemos sentir que algo es bueno, incluso perfecto, sin tener que arriesgar unos motivos; y no porque no fuéramos capaces sino porque a veces no son necesarios. Con Tres noches tenemos asegurados tres días en que, como su protagonista, no veremos el momento de suspender nuestras tareas cotidianas para sumergirnos en la novela y, como ella, sentir que estamos leyendo parte de nuestra vida. Un verdadero lujo.
(Austin Wright, Tres noches, Salamandra, 2012)
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