Francois de La Rochefoucauld es junto a su compatriota Chamfort y al alemán Georg Christoph Lichtenberg, uno de los grandes aforistas clásicos. El género le debe parte de su reputación y mucho del estilo. Su visión del mundo no puede ser más negativa pero la arropa de la gracia de una prosa medida y comedida. La paradoja es su gran arma y la economía del lenguaje su proeza. Sus temas no podían ser otros que los universales que ya otros pensadores habían tratado. No es original pero a veces parece único. Rochefoucauld (1613-1680) resumió su pensamiento en poco más de seiscientas frases para nuestra alegría y disfrute. La obra de este representante de la nobleza francesa más antigua, publicada por primera vez cuando contaba con cincuenta y un años, nos llega en traducción de Carlos Pujol, de quien ya hemos seleccionado también algunos de sus aforismos en estas entradas. Confío que esta muestra provoque la necesidad de conocer todos sus pensamientos. Verdaderamente lo merecen.
Una modalidad de la afectación consiste en decir que nunca se es afectado.
Lo que más generosamente damos son consejos.
Los defectos del entendimiento aumentan con la vejez, como los de la cara.
La manera más segura de ser engañados es creernos más astutos que los demás.
Se habla poco cuando la vanidad no hace hablar.
La gloria de los grandes hombres siempre ha de medirse por los medios de que se han servido para adquirirla.
La adulación es una falsa moneda que sólo circula gracias a nuestra vanidad.
Es más fácil parecer digno de los cargos que no se tienen que de los que se ocupan.
La esperanza, por engañosa que sea, sirve al menos para conducirnos al final de la vida por un camino agradable.
En amor hay dos clases de constancia: una se debe a que encontramos sin cesar en la persona amada nuevos motivos de amarla, y la otra se debe a que nos enorgullece ser constantes.
Cuando los vicios nos abandonan, abrigamos la ilusión de ser nosotros quienes les abandonamos.
Lo que nos atrae en las nuevas amistades, más que el cansancio que nos producen las antiguas o el placer de cambiar, es la contrariedad de que no nos admiren lo bastante aquellos que nos conocen demasiado, y la esperanza de ser admirados por los que no nos conocen tanto.
(Francois de La Rochefoucauld, Máximas, traducción de Carlos Pujol, Edhasa,1994)
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