Desde el tren vemos pasar el mundo por su parte trasera, desde el envés. Nos muestra lo inesperado y desconocido, pero también lo que queremos ocultar, la fealdad y el desorden de que está hecha toda vida.
Con la edad se desordenan las estaciones: ni hace tanto frío en invierno, no los veranos son tan secos, hasta los domingos dejan de ser lluviosos.
Sólo los tristes, melancólicos y desesperanzados verán más allá; sólo ellos disfrutarán del futuro; y sólo a ellos les está reservada la posibilidad de vislumbrar momentáneamente, si existe, la felicidad.
Junto a la importancia de las formas no habría que olvidar la estupidez, la imperfección, la arbitrariedad y la esclavitud de estas mismas formas.
París está diseñada para los conductores, pero los peatones se defienden cruzando sin respetar semáforos ni señalizaciones; los conductores, como cómplices, soportan las interrupciones pero se desquitan, inexorablemente, en los pasos de cebra.
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