Uno de los muchos impedimentos de la muerte es tener que interrumpir la conversación que mantenemos con nosotros mismos y que resulta, si no placentera, al menos entretenida.
Lo mejor de los clásicos, y eso es algo que nos hace felices, es que siempre hay alguno que no hemos leído, o no suficientemente, y tenemos, por tanto, aplazado y seguro el placer de unas horas, el recuerdo feliz de los años futuros.
¡Qué importan veinte años si tenemos su número de teléfono!
Y volverán mis desvelos cuando caiga el azahar.
¿Qué sería de la naturaleza sin un viento que la anime?
No hay comentarios:
Publicar un comentario