Nuestra R, en negro, destaca sobre un fondo de rosas negras. Lo salvaje de la rosaleda contrasta con la simetría de la parte inferior de la letra capitular. Dos aves, que son una, descienden de una construcción imposible, para posarse, cada una, en dos rosas, que también son una, apoyadas en dos conjuntos de flores, aunque en realidad es sólo uno, y hacia el cielo un grupo de rosas quieren parecerse a las primeras pero no pueden porque son nada más que reflejos sobre cristal plateado. Una delgada linea blanca separa los dos motivos, abajo, la mano del hombre que todo lo controla; encima, el desorden por descubrir.
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