Si alguien merece el título de clásico entre los aforistas es sin duda Georg Christoph Lichtenberg, por más que no sea tan sólo un aforista, sino un observador atento a todo lo que recorre su mundo y un anotador de sus impresiones. Lichtenberg (1742-1799) profesor de física de la universidad alemana de Gotinga, dejó a su muerte doce cuadernos, escritos durante 35 años, en los que opinaba sobre cualquier tema que se le presentara, siempre con un escepticismo y un sentido irónico que lo caracterizaría. En vida sólo se le conocen algunas obras satíricas y la publicación, durante más de veinte años, de un Almanaque de bolsillo destinado a las clases acomodadas de su ciudad. Sin embargo serán sus cuadernos los que le harán pasar a la historia de la literatura como uno de los grandes genios alemanes. Admirado por Nietzsche, Goethe, Breton, Freud, Schopenhauer o Canetti, su digno discípulo, ha dominado desde la publicación de sus notas el mundo literario de los textos breves, no hay nadie que habiendo practicado este tipo de escritura no lo tenga como referente, como modelo o, simplemente, como el dios de la literatura de apuntes. Este hombre, pequeño y jorobado, nos deja unos textos a los que volver siempre, en los que buscar y buscarnos es un placer.
La presente selección, traducida por Juan del Solar, abarca los dos primeros cuadernos (1765-1772) y por supuesto no será la única vez que volvamos a ella.
El caracol no construye su casa, sino que ésta le crece en el cuerpo.
La vida puede considerarse una línea que, describiendo una serie de curvas, avanza por encima de una recta (el límite de la vida). La muerte repentina es una caída perpendicular sobre esta recta, y la enfermedad se sitúa en las paralelas a ella.
Hay grados del perder. No poder encontrar una cosa en un tiempo dado, significa haberla perdido. A veces, las circunstancias no permiten deducir si este tiempo será infinito o no, aunque con frecuencia se le considera finito. Uno puede haber perdido realmente algo aunque sepa al mismo tiempo que podría encontrarlo tras media hora de esfuerzos.
Con un gran número de trazos desordenados es fácil configurar un paisaje, pero con sonidos desordenados no se compone música alguna.
Un soldado viejo y muy débil pidió una vez a César permiso para matarse, y César le respondió: ¿Cómo, todavía estás vivo?
A un hombre le dijeron que el alma era un punto, y él replicó que por qué no un punto y coma, ya que así tendría una cola.
Cuando, bajo Carlos V, el Papa fue encerrado por los españoles en el castillo de San Ángel, en todas las iglesias de España se rezó para que Dios liberase al Papa de las manos de sus enemigos.
Hay que hacer que la gente se sienta obligada a cumplir con nosotros a su manera, no a la nuestra.
Hay un refrán inglés que dice: Es demasiado necio para ser loco. En él hay una observación muy fina.
Lo he aprendido todo, no para mostrarlo, sino para utilizarlo.
(Georg Christoph Lichtenberg, Aforismos, traducción de Juan del Solar, Edhasa, 1990)
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