Nissen Piczenik es comerciante de corales en la pequeña ciudad de Progrody. Su negocio marcha bien, no le faltan clientes y tiene contratado a un grupo de mujeres que ensartan los corales mientras entonan canciones. Casado, pero sin hijos, sólo tiene un deseo, ver el mar, origen de su pasión y negocio. En compañía de un marinero de su ciudad toma el tren para Odesa, donde por fin se encuentra con las aguas azules y los barcos blancos. Es tal la fascinación que olvida hasta las visitas obligadas a la sinagoga. Pero a la vuelta a su ciudad el mundo ha cambiado. Un nuevo comerciante de corales se ha instalado en una población cercana. Con la modernidad irrumpe lo falso y a punto está de convencerlo, de arrastrarlo al engaño y la mentira. Nuestro personaje, como el imperio austro-húngaro que Roth tan bien supo retratar, ve que su tiempo ha pasado, que nada puede ya rescatarlo, que el valor nunca será igual que antes y que la historia ha decidido prescindir de él. Con un estilo directo y en apenas sesenta páginas Joseph Roth nos sumerge, y nunca mejor dicho, en la historia de un fracaso, del que salimos reconfortados por la belleza de sus páginas y convencidos de que no puede haber derrota cuando al fin se consigue el descanso.
(Joseph Roth, El Leviatán, traducción de Miguel Sáenz, Siruela, Madrid, 2003)
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