domingo, 21 de abril de 2013

La vida ondulante

Ramón Eder (1952) es un navarro que conocedor de la literatura aforística clásica ha decidido no competir en su mismo terreno. El moralismo francés, del que ya hemos hablado en más de una ocasión, lo da por perfecto, tanto en el análisis de caracteres como en la brevedad y oportunidad de su estilo, y por lo tanto difícil de imitar. Prefiere una prosa más irónica y menos categórica. Sus modelos son Lichtenberg, Nietzsche, Renard o Bergamín, por citar algunos de los autores que ya hemos recogido en estas entradas. El humor y la ocurrencia no están reñidos con la reflexión y el pensamiento. El mismo género literario es motivo de interés y nos regala con algunas máximas sobre la importancia y el valor de los aforismos. Hay que agradecerle que, a diferencia de algunos de los autores actuales de aforismos, no se ponga trascendente y evite la solemnidad de lo obvio. También tiene a su favor el desprecio por la acumulación, publicando sólo las notas que sabe son necesarias. En La vida ondulante recoge los dos primeros libros de aforismos que publicó, Hablando en plata e Ironías, añadiendo un tercero, Pompas de jabón. La selección que presentamos está entresacada del primero de ellos, Hablando en plata, publicado en 2001.


Las parejas que parecen más duraderas, cuando se rompen, se rompen como el duralex.

Un político es un ciudadano menos.

Todo rey parece bueno en el exilio.

La transgresión siempre merece un castigo, o un premio.

Lo imperdonable de los que acuden sistemáticamente tarde a las citas es que lo hacen porque a ellos les irrita esperar.

Rebelarse es revelarse.

Se es igual de inteligente a los veinte que a los cuarenta, pero con un poco se suerte no se es igual de tonto.

El que publica un libro y no recibe ninguna crítica siempre podrá pensar que ha dejado al mundo atónito.

Las máximas son como las chaquetas: pueden ser muy bonitas pero no irnos bien: Sólo debemos utilizar aquellas que nos favorezcan.

Ocultaba un defecto de su cara con unas faldas cortísimas.

Recordando los buenos tiempos echó a perder la tarde.

Si de Séneca como maestro salió Nerón como discípulo, quizá no haya que hacerse demasiadas ilusiones sobre las virtudes de la educación.


(Ramón Eder, La vida ondulante, Sevilla, Renacimiento, 2012)


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