Todo imperio necesita un escritor, pero no para que cuente sus excelencias sino para que nos muestre sus miserias en los momento de agonía y destrucción. El imperio de Austria y Hungría tuvo la suerte, y nosotros con él, de contar con Joseph Roth como notario. Si en La marcha Radetzky nos habla de la caída del imperio desde la visión de tres generaciones de la familia Trotta, ennoblecida por el servicio prestado por el abuelo al emperador, en La Cripta de los Capuchinos recurre a otra rama, ésta más humilde, de la misma familia para mostrarnos la irremediable desaparición de un mundo que ya estaba fuera de la historia. No pensemos que estos libros son novela histórica como en algún caso se ha dicho, su factura transciende el género al deambular por una sociedad en descomposición, con normas y leyes que se vuelven en poco tiempo anacrónicas y con ideas que los protagonistas defienden faltos de toda convicción. Y todo ello con la prosa de uno de los más grandes escritores del siglo. Quiero destacar la facilidad con que Roth nos propone comparaciones y similitudes que enriquecen y llenan de matices las situaciones que va narrando. Se podría hacer todo un inventario para el disfrute y la enseñanza de los nuevos escritores. Aquí queda un ejemplo, elegido al azar, de su arte: "También me gustaba la mujer de mi amigo Manes Reisiger, aunque vulgarmente hablando se podría catalogar como fea, ya que era pelirroja y pecosa y tenía el aspecto de un bollo que ha subido demasiado..."
(Joseph Roth, La marcha Radetzky, Barcelona, Edhasa, 2011; La Cripta de los Capuchinos, Barcelona, Acantilado, 2008)
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