Esta R nos viene de siglos pasados. Está tocada por un sombrero que se eleva con una de esas plumas que se mueve al paso señorial del caballero, hacia atrás se curva y gira hacia abajo como la resaca de una ola. En la cintura, ciñéndole, una cinta de flores y hojas le remarca el talle, por detrás asoma, jugando, una rama perdida. Las botas, con tacón y espuela en espiral, parece que se desplazan con prisa, hollando pequeñas flores recién nacidas. No sabe que el futuro lo espera despiadado, dispuesto a arrebatarle todas sus pertenencias y con ellas los sueños de grandeza que se adivinan bajo su indumentaria. Guardémonos la imagen como testigo de un pasado lleno de encantos.
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