martes, 1 de marzo de 2011

Un refrán, un juglar y Antonio Machado I

De los refranes que vamos a ver el primero que conocí fue: "El gaitero de Bujalance, un maravedí porque tanga y diez porque acabe". Aunque no debe ser verdad ya que en el Vocabulario de refranes y frases proverbiales de Gonzalo Correas aparece inmediatamente anterior este otro: "El gaitero de Arganda, que le dan uno porque comience y diez porque lo deje".
Si me quedé con el primero, aunque apareciera después, sería porque es un pueblo que conozco y aprecio.
Pues bien, estos dos refranes que recoge Correas antes de 1631 nos indican que deben ser más antiguos ya que si se localizan en pueblos diferentes, uno en Córdoba y otro en Madrid, es porque durante un periodo de tiempo más o menos largo ha emigrado de una a otra localidad. Busquemos entonces su origen.
Unos años antes, 1553, Hernán Núñez en su libro Refranes o proverbios en romance recoge la versión de Bujalance con una pequeña diferencia (taga por tanga) que más parece una errata. También nos encontramos con este: "Dos, porque empiece; diez, porque lo deje", refrán sin lugar a dudas relacionado con los anteriores.
En 1549 Pedro Vallés había publicado su Libro de refranes y sentencias en el que encontramos solamente la última variante, donde no se nos informa ni del lugar ni de la profesión del personaje. El que en la versión más antigua falten estos dos datos se puede interpretar como que en ese momento no eran imprescindibles para su comprensión, es decir, que cuando se utilizaba todos sabían que se estaba refiriendo a un mal músico. Esta ausencia del sujeto también nos indica que tuvo que pasar un tiempo entre la creación del refrán y la versión que nos ocupa, durante el cual se desprendió del sujeto al ser considerado superfluo para la interpretación.
En  refraneros anteriores a estas fechas no he encontrado este refrán en ninguna de sus formas, por lo que tendremos que buscar su origen en otro lugar.
Ramón Menéndez Pidal en su obra Poesía juglaresca y juglares. Orígenes de las literaturas románicas nos habla de un juglar gallego que pertenece al séquito del rey Fernando III durante sus campañas en el sur de la península entre 1224 y 1248. Su nombre es Lopo y era tan mal tañedor de la cítola y cantaba tan mal, según muchos de sus compañeros, que en cuanto templaba el instrumento recibia un regalo "...para que no comenzase a cantar, pero él cantaba y recibía en seguida otro don para que callase; y su criado aconsejaba que le diesen pronto otro don, pues aquel juglar, gritador estridente, nunca se callaba de balde".
¿Hemos encontrado por fin, tres siglos antes de su última aparición, al protagonista de nuestra historia? Posiblemente no, primero poque en estos casos sólo se puede hablar de conjeturas y casualidades, y segundo porque todavía nos queda un salto más en el tiempo.
Nos vamos a ir a la cultura griega, más de un milenio anterior a nuestro querido juglar. Zenobio, sofista romano que vivió a principios del siglo II d. C., escribió Epítome de los proverbios de Dídimo y Tarreo donde recoge los proverbios griegos que estos autores habían recolectado, el primero en el siglo I a. C. y el segundo en el siglo I d. C. En esta obra de Zenobio encontramos el proverbio Flautista árabe, toca por una dracma y deja de tocar por cuatro, indudable antecesor de nuestros músicos. Llama la atención que durante miles de años no haya cambiado de instrumento ni haya mejorado en su ejecución.
Hasta aquí hemos llegado en nuestra marcha atrás. ¿Pero qué ha sido de nuestro refrán desde que aparece en el libro de Gonzalo Correas hasta hoy? Responderemos, en la medida de nuestras posibilidades, en una próxima entrega.

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