domingo, 13 de marzo de 2011

Un refrán, un juglar y Antonio Machado II

                                                                                                   Para Pepe Rísquez.

En la entrada anterior habíamos visto cómo el refrán El gaitero de Bujalance, un maravedí porque tanga y diez porque acabe, que localizamos en un primer momento en el siglo XVII, tenía una historia que nos hacía retroceder hasta la cultura griega y habiendo pasado por la literatura juglaresca castellana.
Veamos a continuación qué fue del mismo refrán hasta nuestros días.
1675 es la fecha en que Jerónimo Martín Caro y Cejudo (1630-1712) publicó su libro Refranes y modos de hablar castellanos con los latinos que les corresponden, donde seleccionaba refranes castellanos y les buscaba equivalencia con la culturas clasicas. Aquí vuelve a aparecer nuestro refrán y por primera vez lo hace acompañado de una historia. Caro y Cejudo en la glosa de nuestro refrán nos cuenta que el origen del mismo se encuentra en la ciudad griega de Dodona donde hubo dos columnas, encima de las cuales se encontraban una campana, en una, y la estatua de un muchacho con un látigo metálico, en la otra; cuando el viento agitaba el brazo del muchacho, éste golpeaba la campana "... y le hacía despedir unas voces tan grandes, que resonaban mucho tiempo." Hay que reconocer que la historia tiene poco que ver con la que nos habríamos imaginado para explicar su origen. Sin embargo es muy interesante que en el libro al refrán lo relacionen con otros dos: Al ruin, mientras más le ruegas más se extiende y Malo de comenzar y peor de acabar. Si buscamos lo que nos dice de este último encontramos en el comentario la figura, ya conocida, del flautista árabe, aclarándonos que el oficio de flautista lo ejercían en Grecia los esclavos y que estos eran originarios de Arabia. Vemos, por lo tanto, corroborada la relación entre nuestro refrán y el proverbio griego que apuntabamos en la entrada anterior.
Nuestra próxima parada nos lleva al Madrid de 1864. El que poco después sería director del Museo Arqueológico Nacional, Ventura Ruiz Aguilera (1820-1881), acaba de publicar la segunda serie de sus Proverbios ejemplares; y entre los siete que nos presenta aparece, en sexto lugar, nuestro refrán. Una pequeña diferencia encontramos en su formulación, actualiza el arcaico verbo tangir y lo sustituye por el más común de empezar, quedando como El gaitero de Bujalance, un maravedí porque empiece y diez porque acabe. Ruiz Aguilera en su libro no nos informa del origen del refrán, se limita a utilizarlo como título y como colofón de un relato, hay que reconocerlo, intrascendente. El señor Pérez invita a una velada en su casa informando de la asistencia a la misma de la señoríta de Lirios, cantante educada en París, de la que se espera una actuación. La señorita de Lirios, llegado el momento, se hace de rogar exageradamente; ni el anfitrión, ni su esposa, ni la madre de la artista logran su conformidad, y sólo cuando todos parecen desistir, ella se levanta y acompañada de su novio se dirigen al piano. Su actuación es un desastre, pero cuanto más claro es para los asistentes, más insiste ella en proseguir. La reunión empieza a dispersarse mientras la señorita de Lirios no cede en su arrebato artístico y cuando a la una de la madrugada da por concluida su intervención, todos tienen más que claro que están ante la encarnación del gaitero de Bujalance.
Tras este paréntesis, que tan poco tiene que ver con la historia de nuestro refrán, volvamos a la senda de los refraneros. El primero es obra de Gabriel Mª Vergara Martín (1869-1948) y lleva por título Diccionario geográfico popular de cantares,refranes, adagios, proverbios, locuciones, frases proverbiales y modismos españoles (1923). En cuatro ocasiones encontramos formulado el refrán. Junto a las dos que ya aparecían en la recopilación de Gonzalo Correas allá por al siglo XVII y que tenían por protagonistas a los gaiteros de Arganda y Bujalance, nos vamos a encontrar con otro gaitero, esta vez del Arahal, y un tamborilero de Pulgar: El gaitero del Arahal, que le daban diez porque empezace y ciento porque acabase; El tamborilero del Pulgar: ciento porque lo tome y doscientos porque lo deje o El tamborilero del Pulgar: ciento porque quiera tocar y doscientos porque lo quiera dejar. Varias consideraciones. Por un lado comprobamos que el refrán se ha extendido espacialmente, a la provincias de Córdoba y Madrid se les añaden las de Sevilla y Toledo, curiosamente, las cuatro en una misma dirección. Otro detalle interesante es la cuantía de la soldada del músico, somos testigos de la carestía del oficio, pasamos de cantidades que no superaban la decena a manejarnos con los cientos. Finalmente el que aparezca un nuevo instrumento, en este caso el tambor, es una prueba más de cómo nuestro refrán crece y se acomoda a los colectivos en los que vive, asimilando nuevos espacios, nuevas cantidades y nuevos instrumentos.
Veamos una prueba más del desarrollo y transformación que sufren los refranes a lo largo de cientos de años. En 1926 Francisco Rodríguez Marín (1855-1943), publicó el primeros de sus cuatro libros de refranes (llegó a recopilar más de 50000): Más de 21000 refranes castellanos no contenidos en la copiosa colección del maestro Gonzalo Correas. Aquí nos volvemos a encontrar con nuestro gaitero, pero en una única y curiosa forma: El gaitero de arrabal: un higo porque toque, y dos porque deje de tocar. Parece que el proceso de generalización ha concluido, ya no tiene nuestro protagonista un emplazamiento que lo identifique, en cualquier arrabal de una población lo podemos localizar; el músico, porque sigue siendo músico, se ha tornado universal y hasta su salario que había sido siempre monetario se combina con el cobro en especies, por un simple higo se ofrece y lo más a lo que aspira es a doblar el fruto para hacerse perdonar lo desafinado de la interpretación.
Recapitulemos y arriesguemos una explicación.
Si quisieramos aventurar el desarrollo cronológico del refrán podríamos hablar de un primer momento, desconocido hasta ahora, en el que el refrán se creó a partir de una situación concreta, con un protagonista conocido y en que la escena del músico desafinando impactó de tal manera que acabó por hacerse proverbial. Se extendió tanto y se hizo tan conocido que llegó un momento en que se pudo obviar al protagonista, y así nos encontramos con la primera forma que aparece en nuestro refranero: Dos porque empiece y... Sin embargo un proceso contrario tuvo que iniciarse casi inmediatamente por el que la ausencia y desconocimiento del personaje pasó a hacerlo incomprensible, generando a partir de entonces sujetos en Arganda, Bujalance, Arahal, Pulgar o cualquier arrabal de pueblo que pusiese cara y encarnase a nuestro protagonista.
Y hablando de protagonistas, pasemos al último que nos queda, el poeta Antonio Machado (1875-1939). Conocedor de la cultura popular, no en balde su padre fue el que introdujo en España los estudios folklóricos, don Antonio no pudo resistirse a utilizar la anecdota del gaitero, y lo hizo hasta en dos ocasiones. El 8 de agosto de 1922 Antonio Machado publicó una colaboración en número 20 de La Voz de Soria, periódico de la provincia de sólo cuatro páginas. En la primera de estas páginas y bajo el título de El señor importante y los que soplan fuera Machado nos cuenta la historia de un señor importante de Andalucía que contrató a una banda de músicos ambulantes para amenizar las fiestas de la localidad, cuando se disponía a pagar a los músicos se enteró que dos de ellos habían simulado tocar sus instrumentos por lo que les negó el sueldo; los murgantes de pega protestaron: "Nosotros -dijeron- hemos trabajado tanto como nuestros compañeros inflando y desinflando nuestros carrillos al compás de la música.¿Que soplábamos fuera? Pues agradezca usted que no soplemos dentro."
No cabe duda que estos murgantes son familiares de nuestro gaitero. Pero no acaba aquí la relación de Machado con este motivo, entre 1933 y 1934 en un cuaderno de espiral que tituló Apuntes inéditos. (I) A.M. Mairena, nuestro poeta y prosista escribió notas para su obra Juan de Mairena. En una de ellas versifica la anécdota de los músicos:
Es una tarde de feria
con gran música en el pueblo.
Dos murgantes, que soplaban
fuera de los instrumentos,
a la hora del pago dicen:
Doble soldada queremos.
-¡Granujas!
-Lo dicho, o
mañana soplamos dentro.
Antonio Machado no se limita a transcribir o desarrollar el refrán, como todo buen escritor tiene que aportar su visión, tiene que ofrecer una nueva perspectiva; él es consciente del atractivo del refrán, no en balde ha perdurado durante cientos y miles de años, pero también lo es de que su papel es de ir más allá sin traicionar lo que le han legado. Así es que sus músicos, como descendientes que se saben de tanto mal gaitero no quieren desafinar, pero, como al fin, el dinero les es necesario, optan por un pequeño engaño, por una mentira piadosa.
Damos por finalizado este intento de conocer algo del devenir de un humilde refrán. Esperemos que sirva para apreciar, valorar y disfrutar de una literatura mínima que puede encerrar algo muy grande.

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