Si el piano es considerado como el instrumento más completo, el violín es sin duda el rey de la orquesta. Cuando ambos instrumentos caen en las manos de un maestro como Beethoven (1770-1827) la combinación no puede ser menos que deslumbrante. Entre 1797 y 1798 el compositor alemán dedicó a Antonio Salieri la sonata nº 2 para violín y piano en la mayor (opus 12). Más cercana al clasicismo que al romanticismo esta sonata nos muestra una de las grandes aportaciones del maestro: el desarrollo de los temas, creando combinaciones, variaciones y retornos que en su disposición nunca resultan reiterativos ni monótonos; antes al contrario, nuestra mente busca de nuevo los temas, ansía su reaparición, adelantamos el placer y nos dejamos llevar por la melodía esperada. A pesar del desgarro que muchas de sus obras nos muestra, en ocasiones, como en este primer movimiento, su música desborda alegría, se reconcilia con la naturaleza y todo deviene en juego y danza. La interpretación se debe a la pianista argentina Martha Argerich y al violinista letón Gidon Kremer.
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