El poeta Carlos Marzal publicó en 2007 ciento veintitrés aforismos con el título de Electrones. Como todo iniciado en estos menesteres demuestra que se ha aprendido los rudimentos: la brevedad de la frase, el tono sentencioso, abordar temas universales (literatura, Dios, música, la edad o el tiempo), ofrecer diferentes variaciones sobre un mismo tema, hacer uso de la paradoja y jugar con las palabras. Sin embargo ha olvidado lo que en mi opinión ha permitido al género perdurar en el tiempo y conseguir adeptos incondicionales: la gracia, la chispa, la ocurrencia, la sorpresa, el estallido y la sonrisa. Sus aforismos son demasiado secos, no provocan ninguna alegría. Pueden parecer demasiado profundos, pero no porque ahonden en lo que tratan sino porque nos fuerzan a tener que pensar en lo que dicen. Os dejo con una selección de los que más me han agradado.
A nadie le resultan demasiado graves sus defectos, en especial el de no considerar sus defectos como demasiado graves.
Obra como si tus actos fuesen a convertirse en objetos de anticuario, aunque después el tiempo los vuelva simples cachivaches.
Todo lo que se sabe resulta misterioso por el hecho de saberlo, y todo lo que no, por el hecho de ignorarlo.
La sonrisa es la risa sin el lastre de tener que reír.
Con la música no estoy aquí, ni allí: estoy en parte alguna.
Una forma cortés de estar presente: como si uno fuera a ausentarse de un momento a otro.
Lo que se hace esperar corre el peligro de hacerse lo que no se espera.
La buena literatura de género demuestra que no hay más que un género de literatura: la buena.
La muerte es la muerte de los demás. La muerte nuestra es la muerte para los demás.
Aplazar los asuntos es una manera de matarlos despacio.
Cuando el matrimonio no es una empresa de dos, suele ser el negocio de uno.
Paré en una estación desconocida de un país ajeno, en un andén vacío en mitad de la noche. Y todo aquel desamparo era mi casa.
(Carlos Marzal, Electrones, Cuadernos del Vigía, Granada, 2007)
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