Emil Michel Cioran de no haber muerto en 1995 habría cumplido los cien años. De origen rumano se consideró un apátrida y como tal ejerció en París a donde se traslado en 1937. Cuenta Fernando Savater que se sorprendía de la admiración que ejercía sobre los hombres de izquierdas de nuestro país. Yo fui uno de ellos, y aunque reconocía lo paradójico y contradictorio de mi situación, era superior la atracción de su pensamiento y su escritura. Una escritura descarnada para un profundo pesimismo. Por aquella época otro escritor, fallecido hace pocos días, Ernesto Sábato, también derrochaba pesimismo y desconcierto.
En 1983 la editorial Montesinos publicó Desgarradura, cuatro ensayos y una colección de aforismos que llevaba por título Esbozos de vértigo. De entre ellos ahí van doce esbozos.
Es un error querer facilitar la tarea del lector: no lo agradece. Detesta comprender, prefiere embrollarse, atascarse, le gusta ser castigado. De ahí el prestigio de los autores confusos, la perennidad del fárrago.
Un libro debe hurgar en las heridas, provocarlas incluso. Un libro debe ser un peligro.
¡Dichosos aquellos que, por haber nacido antes de la Ciencia, tenían el privilegio de morir de su primera enfermedad!
No se escribe porque se tenga algo que decir, sino porque se tiene ganas de decir algo.
Únicamente tengo la impresión de ser eficaz, de hacer algo positivo, cuando me tumbo para interrogarme indefinidamente y sin objeto.
Un hombre que se precie no tiene patria. Una patria es un engrudo.
Aquel náufrago, recién llegado a la isla, lo primero que vio fue una horca y, en vez de amedrentarse, se sintió tranquilo: se hallaba entre salvajes, de acuerdo, pero en un lugar donde reinaba el orden.
Sólo la flor que cae es una flor total, ha dicho un japonés. Casi podría decirse lo mismo de una civilización.
Cuando se viene al mundo con una conciencia de culpable, como si se hubieran perpetrado grandes crímenes en otra vida, da igual que cometamos uno en ésta, puesto que cargamos ya con remordimientos cuyo origen y necesidad no logramos descubrir.
Si las olas reflexionaran, creerían que avanzan, que tienen un objetivo, que progresan, que trabajan para el bien del Mar, y llegarían a elaborar una filosofía tan necia como su obtinación.
Lo peor no es el hastío, ni siquiera la desesperación, sino el encuentro de ambos, su colisión. ¡Sentirse aplastado entre los dos!
En este momento estoy solo. ¿Podría desear algo mejor, existe dicha más intensa? Sí, la de oír, a fuerza de silencio, cómo se agranda mi soledad.
(E. M. Cioran, Desgarradura, Montesinos, 1983)
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