Mi corazón está muerto
como parecen que están
los árboles en invierno.
Tal vez a su tronco seco
volverá la primavera
a darle verdes renuevos.
El hombre es cruel cuando se apasiona. La mujer no es cruel más que cuando es indiferente.
La humanidad -decía un filósofo de la historia- se ha acostumbrado a contar por siglos. El hombre por minutos. Por eso la humanidad no cuenta nada y el hombre cuenta todo.
Una creencia que no deja lugar a dudas, no es una creencia, sino, más bien, una supersticiosa credulidad.
Para poderles quitar la peluca de la cabeza a los hombres del siglo XVIII hubo que quitarles también la cabeza: guillotinarlos. La guillotina fue consecuencia natural y lógica de la peluca.
El crimen no lo comete sólo el criminal -dice Séneca- sino el que se aprovecha de él; o de ellos, del criminal y del crimen. Parecería entonces que el policía, el fiscal, el juez, el carcelero y el verdugo... Y hasta el abogado y el médico. Y, ni que decir tiene, el periodista. Todos los que ganan su vida de levantar muertos. En una palabra, que quien lo comete, porque lo aprovecha del todo, es la sociedad que lo organiza.
La música nos engaña siempre porque no puede cumplir una palabra que no tiene.
Ver para creer. Oír para dudar.
Le dijo la pulga al mosquito: de menos no nos pudo hacer Dios.
No hay nada que no esté cerca de Dios, decía una santa. ¿Ni siquiera el infierno?
Dios aprieta pero no ahoga. Y también afloja, pero no suelta.
(José Bergamín, Aforismos de la cabeza parlante, Turner, 1983)
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