Cuando hace treinta años empecé a leer a Elías Canetti me sorprendió sobre todo por dos cosas: el amor por las palabras y el odio a la muerte. Estas obsesiones me las ha trasladado desde entonces y hoy, sin duda, forman parte de mis Malas Notas.
Aunque dispongamos que nos incineren y esparzan nuestros restos, no impediremos transitar por la ciudad de los muertos, ni que sea entre sus habitantes donde nos busquen.
Aunque lo parezca no hay manera de sobrevivir a la muerte de un hijo.
Nunca me acostumbraré a los aplausos durante los entierros. El aplauso es felicitación, admiración, celebración por lo bien resuelto; y en la muerte no hay, ni habrá nunca, nada que celebrar.
Lo bueno de una muerte inesperada es que no permites que nadie pueda pedir a Dios que te recoja en su seno.
(El fraile, grabado de Hans Holbein para La danza de la muerte, 1523)
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