domingo, 13 de abril de 2014

Jakob von Gunten de Robert Walser

Ser un escritor querido, admirado o apreciado por autores como Kafka, Musil, Canetti, Hesse o Coetzee no puede sino ser indicio que nos encontramos ante alguien realmente fascinante. Robert Walser (1878-1956) nació en Suiza dentro de una familia numerosa y con graves problemas de salud mental. Él mismo pasó los últimos años de su vida, veintisiete, en centros psiquiátricos, donde murió, tendido sobre la nieve, el día de Navidad de 1956. Su vida, al igual que la de muchos de sus personajes, es un continuo querer y no poder adaptarse a la sociedad en la que vive. El trabajo, las relaciones personales y amorosas, el contacto con la naturaleza a través de innumerables excursiones, el vagabundeo de ciudad en ciudad, las relaciones con el arte y los artistas o la búsqueda de alojamiento son temas que transfiere de su experiencia a su literatura. En la novela que nos ocupa, Jakob von Gunten, nos cuenta a través de un diario la vida de un joven que entra en el Instituto Benjamenta a la busca de un oficio y descubre que lo único que acabará aprendiendo es la importancia de la paciencia y la obediencia. Nuestro protagonista, poco a poco, se va amoldando a la rutina del instituto, a la inutilidad de sus enseñanzas, a los comportamientos estrafalarios de algunos compañeros y sobre todo del director de la institución y de su hermana, responsable de la educación de los alumnos. Walser nos sumerge en un mundo irreal al que no renunciamos a pesar de su carácter de ensueño. Disfrutamos de sus reflexiones llenas de contradicciones, réplicas y contra réplicas, de un discurso embaucador que acaba encandilando a sus superiores y donde asume, como inexorable, la certeza de ser "poca cosa". A pesar de las "diabluras" que comete sabe que éstas nunca le reportarán ningún beneficio y que su vida se reduce a dejar que las cosas ocurran. La prosa de Walser es preciosista, de variada adjetivación, con construcciones intencionadamente perfecta donde deja caer imágenes que nos sorprenden  y/o arrancan una sonrisa. Sin duda debería leerse lentamente, alejados de la prisa y saboreando las palabras como quien paladea una copa, ésa que él tanto apreciaba.

(Robert Walser, Jakob von Gunten, trad. Juan José del Solar, Madrid, Siruela, 2011)

domingo, 6 de abril de 2014

Joubert otro aforista francés

Joseph Joubert (1754-1824) es otro más de los múltiples escritores franceses que destacan en el género del aforismo. Desde su juventud se interesa por la filosofía y conoce a Diderot; también entabla amistad con Chateaubriand cuando éste regresa del exilio. Sus pensamientos aparecen tanto en sus carnets como en sus ensayos y correspondencia. En muchas ocasiones los notamos inconclusos, a la espera de una mayor y mejor definición. Su pasión por la filosofía los hace tal vez demasiado discursivos, excesivamente académicos, faltándole esa chispa, esa gracia y esa sorpresa que muchos de sus compatriotas dieron al aforismo, convirtiéndolo en el género que hoy conocemos. Él mismo reconoce que está negado para el discurso continuo y que en su poética vive "atormentado por la maldita ambición de meter siempre todo un libro en una página, toda una página en una frase y esta frase en una palabra". Sus temas son de lo más variado, del amor a las matemáticas, de las mujeres a la política o de Dios a los libros. Aquí dejo una muestra de sus pensamientos.

Soy apto para sembrar, pero no para edificar y fundar.

Hay espíritus rumiantes y yo soy una de ellos. Es preciso que todos mis jugos pasen por mi doble bolsa.

No me gustan en absoluto esos árboles siempre verdes. Puesto que nada tienen que temer, no me interesan. Puesto que nada pierden, me parecen insensibles. En fin, hay algo frío en su verdor, negro en su sombra. Su mismo follaje es puntiagudo y tiene algo duro.

Una mitad de mí mismo se burla de la otra.

¡Oh querido amigo! Vamos, ¿no sabéis cómo definen al amor? Lo definen como "una comezón". Una comezón del hombre entero.

Cuando mis amigos son tuertos, los miro de perfil.

Los lugares mueren como los hombres, aunque parezcan subsistir.

Todo lo bello es indeterminado.

En efecto, la música y la danza han sometido al orden y a la mesura lo que en el mundo hay de más inmoderado y más excesivo por su naturaleza: los saltos y los gritos.

Un solo sonido bello es más bello que una larga conversación.

El espíritu militar es un espíritu favorable a la bribonada.

Somos menos enemigos de quienes nos odian que de quienes nos desprecian.

Así la idea de resurrección sólo es en puridad la idea de despertar aplicada a la de un sueño más profundo, más entero, al que llamamos muerte.


(Joseph Joubert, Pensamientos, trad. Manuel Serrat Crespo, Barcelona, Península, 2009.)

Malas Notas 51

La vida se merece, y en esto todos estamos de acuerdo, una enmienda a la totalidad; pero nunca llegaremos a estar de acuerdo en el todo.

La vida sólo puede hacernos mejorar, y no a todos, por fuera; en el fondo seguimos siendo huraños y desconfiados.

¿Por qué siempre hay un porqué que no entendemos? ¿Por qué siempre hay un porqué que nunca explicamos?

La coma es el mejor invento de la escritura. El punto no, el punto es demasiado natural y el punto y coma es sólo un entretenimiento de escritores ociosos.

Los viejos se ponen al sol para ahuyentar el frío de la muerte.

sábado, 29 de marzo de 2014

De viaje a Sudáfrica

F. Pickford Marriott (1860-1941) fue un artista británico seguidor del Art Nouveau. Este ex-libris de 1903 está diseñado para la biblioteca pública de la ciudad sudafricana de Port Elizabeth. Como no podía ser de otra forma el marco, algo desplazado hacia arriba, lo forman una maraña de figuras entrelazadas que nos pueden recordar ramas y hojas de árboles desconocidos. El motivo central no es otro que una carabela de tres mástiles y velas cuadradas que al atardecer de un día borrascoso se acerca a un puerto que suponemos no debe ser el de la ciudad africana, ya que ésta se fundó en 1820 y este tipo de embarcaciones navegaron en los siglos XV y XVI. De todas formas podemos sospechar que la imagen representa el día en que marineros portugueses, una vez pasado el Cabo de Buena Esperanza, avistaron y recorrieron las costas bañadas por el Océano Índico, más concretamente la bahía de Algoa donde trescientos años más tarde se abriría una biblioteca pública que usaría el ex-libris de la imagen.

Una R flamenca

Otro ejemplo de letras de Art Nouveau. En esta ocasión el alfabeto está formado por distintas figuras de flamencos rosados. La disposición de las alas, las patas y, sobre todo, el cuello permite crear la figura de las letras. Nuestra R aunque a primera vista nos cuesta reconocerla no es, sin embargo, de las más dificultosas. Alargando la pata izquierda como para tomar impulso en una posible huida y con la cabeza girada hacia atrás, avizorando probables enemigos, nuestro flamenco nos confirma que está resuelto a desaparecer en cualquier momento. 


domingo, 23 de marzo de 2014

Opiniones de Borges

Posiblemente en los últimos doscientos años no ha habido dos escritores más ocurrentes que Óscar Wilde y Jorge Luis Borges. Sus opiniones no dejan a nadie indiferente, la facilidad para asombrar, la rapidez en el análisis y la impecable expresión hacen de sus aseveraciones relámpagos que iluminan y alegran la monotonía de la noche. No hace falta estar de acuerdo, ni siquiera compartir remotamente su ideario. Borges tenía una cultura enciclopédica y una elegancia en el decir que más parecía un hombre fuera del tiempo que el escritor que ha marcado la literatura en castellano del siglo pasado. Estaba más interesado por las sagas islandesas o la literatura medieval germánica que por los avatares de su época. El también porteño Blas Matamoros ha recopilado de su obra y de las múltiples entrevistas que le han realizado una especie de colección de aforismos donde el escritor nos da su opinión sobre los temas que han marcado su vida. Pero no debemos hacer mucho caso de algunas afirmaciones categóricas del maestro. Borges siempre ha estado más interesado por la perfección en el enunciado que por la verdad del discurso. Obligado a opinar sobre variadísimos temas, el escritor argentino se esmera en que la respuesta nos deslumbre, que olvidemos lo que nos dice y nos fijemos en la elegancia de la contestación. Lo importante son las palabras, cómo las encadena, qué sorpresa nos depara, qué desconcierto nos provoca. No pretende engañarnos sino regalarnos una nueva manera de ver las cosas, jugar con la paradoja, disfrutar de lo inesperado. Así ha logrado forjar un estilo inconfundible e inimitable. Argentina y los argentinos, Buenos Aires, los escritores, la filosofía, Islandia, el idioma, los libros, el Premio Nobel, la religión o el tango son temas que le han sido gratos. Aquí dejamos algunos ejemplos que tratan de sí mismo.


Después de medio siglo de vida literaria, lo único que he logrado es que la gente me reconozca por la calle, os sea lo que nunca me había propuesto.

A los setenta y seis años recuperé parte de mi vista y volví a contemplar el rostro de una hermosa amiga de mi juventud. Comprendí que eran preferibles las tinieblas.

No bebo, no fumo, como poco. Mis únicos vicios son leer la Enciclopedia Británica y no leer a Enrique Larreta.

Cuando escribo no pienso nunca en los lectores. Salvo en el sentido de no presentarles dificultades.

Me gustan los juegos solitarios: el ajedrez, la equitación, la natación. Detesto los deportes masivos como el fútbol y el cóctel.

La ceguera gradual no es trágica. Es como un lento atardecer de verano.

Soy un hombre de ciudad, de barrio, de calles: los tranvías lejanos me ayudan a la tristeza con esa queja larga que sueltan en las tardes.

He cometido el peor pecado que un hombre pueda cometer. No he sido feliz. Mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte, que entreteje naderías.

No me interesa en absoluto el juicio de la posteridad. Espero ser olvidado definitivamente.

Algunos críticos malintencionados dicen que soy demasiado inteligente y muy culto. Nadie lo es.

Dicen que he influido en Cortázar. No seamos tan pesimistas. Sus cuentos, que no he leído, han de ser mejores que los míos.

Ficciones y El Aleph son mis mejores libros. El sur, mi mejor cuento. El Golem, mi mejor poema.

No me dan el Premio Nobel porque en Suecia sigue habiendo gente sensata. Seguiré siendo el futuro Premio Nobel, aunque desde el momento en que nací he dejado de ganarlo.


(Blas Matamoro, Diccionario privado de Jorge Luis Borges; Madrid, Altalena, 1979)

Refranes del Bierzo

El berciano es un dialecto, entre castellano y gallego, que se habla en la comarca del Bierzo. Como en toda lengua los refranes son parte fundamental de su identidad. No hay cultura, y por lo tanto lengua, que no recoja y transmita las expresiones populares que a lo largo de los siglos ha ido configurando. Son manifestaciones de sus experiencias, de sus conocimientos y de su manera de ver el mundo. Entre la seriedad del consejo y la rechifla de la ocurrencia y la socarronería los dichos pasan de generación en generación utilizando siempre el idioma materno, compartiendo y traduciendo, si es necesario, lo que los pueblos limítrofes les ofrece y sienten como común. Muchos de los refranes bercianos se encuentran en los refraneros gallegos y castellanos, pero es en la expresión dialectal donde tienen sentido para los pobladores del Bierzo. Santiago Castelao Doñeiro publicó una antología en el año 1991 y de ella entresacamos los siguientes.


Ay muitas mulleres que celebran antes a Pascua que o domingo de Ramos.

Amistades con curas y praos junto al río, tirulirum.

As penas non matan, pero axudan a morrer.

A virgo perdido nunca lle falta marido.

Beata de condición, la cara santina y el rabo ladrón.

Cando chove e fai sol vai o demo pra Ferrol.

Casa sin muller e barca sin timón, a mesma cousa son.

Cando se comen os touciños, cantan padres e cantan fillos; cando toca a pagalos, todos son a choralos.

Debaixo da manta, nin a hermosa asombra nin a fea espanta.

Fillo eres, pai serás, según o fixeches, aisí cho farán.

Gato con fame, berzas come.

Los páxaros te dirán, cando na sazón as frutas están.


(Santiago Castelao Doñeiro, Refranero berciano, Madrid, Ediciones Lancia, 1991)